martes, 2 de octubre de 2012

Acontecimientos especiales

El mes de octubre de este año, 2012, nos traerá dos grandes regalos
para la Iglesia Universal. Por un lado, del 7 a1 28 de octubre, se
celebrará en Roma el Sínodo de los Obispos sobre el tema de la Nueva
Evangelización. Por otro lado, el día 11 de este mismo mes el Santo
Padre inaugurará un Año de la fe para toda la Iglesia.
El motivo que ha ocasionado estas dos iniciativas es la celebración
del cincuenta aniversario del comienzo del Concilio Vaticano II y
también el vigésimo aniversario de la publicación por parte del Juan
Pablo II del Catecismo de la Iglesia Católica.
Todos estos acontecimientos son importantes para la Iglesia universal,
para todos los cristianos, y como no, para todos nosotros que estamos
comenzando este nuevo curso en el que nuestra Diócesis comenzará la
Misión Madrid como fruto maduro de la Jornada Mundial de la Juventud
celebrada aquí el pasado mes de agosto de 2011. Por todo lo indicado
reviste un relieve especial la celebración anual del Domingo Mundial
de las Misiones, el DOMUND.
Sí, celebrar esta jornada misionera con la que comenzamos cada curso
tiene una especial importancia, porque el recuerdo de los misioneros,
de su impresionante labor y servicio, de su sacrificio por llevar a
Cristo a 1os más lejanos y, en muchos casos, a los más pobres,
refuerza nuestro deseo de secundar la llamada del Santo Padre de modo
que todos estos eventos den mucho fruto en nuestra querida Diócesis.
El lema elegido por las Obras Misionales Pontificias pone su mirada
justamente en esta inquietud y encuadra perfectamente nuestra
pretensión de invitar a todos los cristianos y muy especialmente a los
jóvenes a ser testigos y servidores de la Verdad. "Misioneros de la
fe". Con ello se resume toda la inquietud apostólica de la Iglesia y
de los bautizados: hemos de ser misioneros de la fe. Llevar a los
hombres la verdad, la única verdad, que salva, que alivia, que anima y
que es capaz de alegrar el corazón de los creyentes. Ser testigos no
se puede reducir a vivir con frialdad las exigencias de la fe, a no
negar la verdad y el amor que tenemos a Cristo y a la Iglesia. Ser
testigos quiere decir querer proponer con audacia y alegría la verdad
de Dios a los hombres, convirtiéndonos en apóstoles. Proclamar con
nuestras obras y con nuestra palabra que Dios existe, que es amor, que
ha venido a buscarnos y a salvarnos y que estamos llamados a vivir
conforme a su amor.